TENSA ESPERA-NZA
JORGE SAHD K. Director Centro de Estudios Internacionales UC
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JORGE SAHD K.
Poco más de dos semanas han pasado desde las elecciones presidenciales en Venezuela, el mayor fraude electoral en la historia reciente de América Latina. Un robo a mano armada a la democracia a vista y paciencia de los venezolanos y de la comunidad internacional. Edmundo González habría obtenido el 70% de los votos y el régimen de Maduro no solo desconoció los resultados, sino que intensificó la persecución política.
¿Cómo podría salir del pozo Venezuela, un país con un gobierno “enfermo”, una economía quebrada y con instituciones inmorales?
Lo primero es entender, como bien lo ha hecho la oposición liderada por María Corina Machado, que los esfuerzos son de largo aliento y no se agotan en las próximas semanas. El horizonte de tiempo al menos debe extenderse hasta el cambio de mando en enero del próximo año, con una oposición unida y extendiendo la sensación que se negocia una transición del poder.
“El chavismo viene desangrándose, pero las probabilidades de que Maduro deje el poder siguen siendo bajas. Solo queda insistir en las negociaciones durante la transición, reducir el hostigamiento político a la oposición y seguir explorando fórmulas diplomáticas”.
Lo segundo es el curso de las negociaciones diplomáticas de la “troika” Brasil, México y Colombia, apoyada por Estados Unidos. Es la negociación sobre la que hay mayores expectativas, pero la probabilidad que termine con la entrega del poder de Maduro es prácticamente nula. El régimen cuenta con el apoyo irrestricto de unas inmorales Fuerzas Armadas, cómodas con sus privilegios y manejo de actividades ilegales como el tráfico de cocaína, pero amenazadas con ser procesadas y condenadas.
Como sostienen varios expertos, una negociación que signifique la salida de Maduro es prácticamente imposible y la celebración de nuevas elecciones no contarían con las garantías mínimas: solo servirían para refirmar la ilegitimidad del primer proceso. Así, se ve más probable que la negación de la “troika” apunte a aspectos básicos, como la libertad de presos políticos, reformas políticas y eliminación de la reelección indefinida.
La izquierda latinoamericana debiera estar muy preocupada. Chile enfrenta elecciones el próximo año, mientras países como Colombia y Brasil van a las urnas el 2026. El Gobierno de Maduro será un lastre permanente y la acusación de la pasividad de la izquierda frente al régimen venezolano será un motivo central en las campañas políticas.
Se estima que la nueva ola migratoria fluctuaría entre 3 y 5 millones de venezolanos, que se sumarían a los 6,5 millones existentes en la región. El malestar social -e, incluso, la xenofobia – aumentará en los países y la eventual negociación de cuotas de inmigrantes, al estilo de la Unión Europea, será caldo de cultivo para responsabilizar a la izquierda latinoamericana. La mal llamada tesis de “no injerencia en asuntos internos”, promovida por el presidente López Obrador, no tendrá más asidero.
Quizás lo único positivo del caso venezolano es la demostración del costo de perder la democracia, en momentos que la valoración hacia ella viene cayendo en América Latina hace más de una década. El testimonio vivo de Venezuela puede servir para contener esta creciente desafección democrática y dimensionar la importancia de contar con elecciones transparentes y libertades básicas.
El chavismo viene desangrándose y ya no es el de hace 10 años, pero las probabilidades que Maduro deje el poder siguen siendo bajas. Solo queda insistir en las negociaciones durante la transición, reducir el hostigamiento político a la oposición y seguir explorando fórmulas diplomáticas. Todavía hay esperanzas que Venezuela no se convierta en la nueva Cuba o Nicaragua.